Bienvenida con plomo (2ª Ed.)

Eddie Vaney se pasó la lengua por los labios pero no consiguió humedecerlos porque tenía la boca reseca y al mismo tiempo notó la insuperable necesidad de remojar la garganta con un buen trago de la botella que tenía escondida dentro de la casa. Quedó inclinado sobre el cubo que estaba manejando en aquellos momentos, y desvió los ojos hacia la ancha espalda de Tom Crane, muy ocupado en adecentar el más flojo de los caballos del tronco de refresco. Eddie incorporóse un poco y alcanzó a verse las manos. Le temblaban con la misma intensidad que cuando estaba doce horas sin probar un sorbo de whisky. Malo. Estaba claro que acabaría mal. Sin embargo aquella sequedad le empezaba por la garganta y acababa muy adentro de su estómago, hacia las tripas. Era insoportable.